2.3.17

Trueque

Deseaba que te admiraras bajo la luz de tu propio brillo, pero tu amanecer te encandiló, y giraste tus mejillas hacia la sombra. Quería que siguieras desatando con fuerza tu tempestad introspectiva, pero el nudo en la venda de tus ojos fue más fuerte.
Anhelaba que paseáramos en la noche, como dos pumas compartiendo sus furtividades, pero te cansaste antes que yo, te fuiste a la seguridad del día, y olvidé como era eso. Esperaba volver a oírte cantando, porque cantar en la ciudad es aventurarse a escalar la montaña, pero a gritos preferiste quedarte en la planicie.
El cielo hizo un boceto de nubes con tu nombre, hasta que llegó la borrasca.
Y empezaste a trocar, a la antigua, las vivientes estrellas por melancólicas postales, tu piel morena indestructible por la resistencia a la insulina, tus ganas de epopeya por un set de raices para quedarte inmóvil en tu suelo, tus preguntas sobre la existencia de la magia por el mullido sonido del televisor.
Y te seguí igual.
Dejé de enmarañar mis afluentes torrentosos y me quedé quieto, en calma, en un eterno día sin noche ni morenidad, sin felinadas, sin canciones ni tempestades.
Dejé de ser ese Ícaro que derritió al sol y nos hicimos lawanes. Y aún así preferiste estar conmigo, y yo escogí seguir contigo.
Imperecederos.