… Y el magnífico ruiseñor se ve mejor que nunca. Su plumaje de emperador resplandece a través de los barrotes, su estampa de señor de los cielos es inconfundible, su mirada aguda y analítica recorre todo su entorno como un gran faro en busca de embarcaciones. Está bien alimentado, mejor acicalado, con las mejores atenciones hacia él…
… Pero está solo. Está triste, nostálgico de hacer funcionar sus alas, su vista prodigiosa, su canto al eco de los montes y su maravillosa habilidad en el arte de volar. Desde su jaula de oro sólo vigila atento el transcurso de las horas, los días, meses y años, y el recuerdo de que alguna vez fue emperador de los aires lo mantiene con la secreta esperanza de salir algún día de la dorada prisión.