Siempre he sido malo para recordar nombres.
Y el tuyo antes no era el mismo.
Eras, tú entera, otra.
De cuyo nombre, obviamente, no me acuerdo.
Y yo también me sentía diferente.
Otro personaje de nebuloso nombre.
Aunque sí recuerdo bien mi chaquetón negro.
Y mis intentos de buscar dónde estaba el límite.
Pero esta historia se trata de ti.
Eras, tú entera, otra.
Filosa fuente de agua turbia.
Flecha delgada de complicidad y silencio.
Decidiendo si disfrutar o sufrir tu propio lanzamiento.
Solo te ví antes, un día, sentada.
Con la soledad gritándote por fuera.
Y tu legión de inquietudes batallando ahí dentro.
En eso estabas cuando te ví.
Y en eso estabas cuando me viste.
Éramos paralelas unidas en el horizonte.
Dupla de recuerdos heridos de vidas anteriores.
Par de novelas de géneros distintos.
Pero adaptamos el guión para narrarnos una historia.
Nos gustó volar con alas de pingüino.
E inventar rascacielos de botellas e ilusiones.
Luego nos fuimos, cada uno por su lado.
Al día siguiente, o quizás después de unos años.
Nos reencontramos, nos reencantamos y nos rememoramos.
Y olvidamos otra vez nuestros nombres.
Debimos habernos bautizado ese día.
Ahora estamos aquí. Los dos y todos los que fuimos. De a pares
Verborrea y Plutonio. Añil y Estetoscopio. Algarrobo e Insomnio. Mol y Ventana. Plasticina y Parábola. Acrópolis y Sandía.
No sé.
Siempre he sido malo para recordar nombres.